jueves, 12 de abril de 2018

Hellas *



                                                                                                                   Foto Tanci







En ningún momento pensó hallar  en el paseo a la orilla de la playa aquel carromato con cuatro ruedas.


Paseando a través de aquel camino sinuoso que discurre paralelo a la playa, hecho de tablones de madera y pegados unos tras otros, tal vez, alguno levantado por el continuo pasar de la gente o carcomidos por el salitre del mar; pensó que aquel paseo era el sitio idílico para desconectar, vaciar la mente y volverla a llenar.

Entre la algarabía de los niños que juegan, corren  y chapotean a la orilla de la playa, el rumor del bravo oleaje desperezándose a la pleamar y el olor humedecido a sal y sol, se descolgaban, casi de repente, las notas musicales de aquel instrumento aparcado y nada afín a un paseo marítimo.

A medida que sus pasos avanzaban, se percibían más y mejor el sonido alegre de sus notas. Allí y en un recodo detrás de su mostrador de madera de color caoba y deslizando sus largos y armoniosos dedos sobre las tabletas geométricas blancas de turrón de coco y salpicadas de chocolate; allí,  sobre su taburete redondo de madera de roble, permanecía su tocador. Un joven de piel brillante y morena por los sucesivos rayos de sol recogidos en islas exóticas y tocado por un sombrero de tela color caqui de ala ancha, de los usados por exploradores en lugares recónditos y asilvestrados.

No era nada común un piano en la playa. Allí donde el agua no llega pero sí es posible que se eleven y bailen  sus notas musicales a modo de danza renacentista.

En un lateral del piano estaba colgada una especie de pequeña  cesta en miniatura de malla de color verde, de las usadas por pescadores, donde se dejaba entrever las monedas que  los viandantes depositaban como agradecimiento por su armonización en aquel lugar.

Venía de muy lejos, del norte Francia transportando su piano para dar conciertos a través de las Islas. Una libreta llena de fotos y detalles bien cuidados y escritos a mano de su puño y letra; de aquí, de allá y de acullá dejaba constancia de su paso por los lugares que había elegido. Ese fin de semana saltaría a  La Gomera, y ahí sus ojos se volvieron a iluminar como cuando le ofreció una pieza extra en exclusiva después de haber cerrado la tapa de su teclado, haberse despojado del sombrero que protegía de los rayos de sol su cabeza y haber dado por finalizado su personal concierto. Una vez concluido, decidió rehacer el mismo ritual a fin de terminar su actuación.

Había dejado su trabajo de organista en una catedral de la Bretaña francesa. Buscaba una vida, quizás, más relajada. Sin horarios, sin obligaciones matutinas, pero alimentado por los rayos solares y llevando una suerte de vida más bohemia.  Empujando y tocando su piano de marca Hellas, ofrece conciertos en enclaves siempre cercanos al mar. El rugir de las olas y el panorama ambiental no le quita esplendor a su quehacer. Más bien le añade cercanía y agradecimiento entre el gentío agolpado a su alrededor. Su proyecto: hacer feliz a los demás con su música y poder vivir estrictamente con lo necesario.


*Hellas (Marca de instrumento musical finlandés)