domingo, 5 de febrero de 2017

La envoltura



                                                                                                        Foto Tanci


Cuando dirigió la mirada al viejo salero se le venían a la cabeza recuerdos entrañables, indelebles en la memoria aunque lejanos en el tiempo. Era un recipiente esmaltado, de color amarillo, decorado con manchas verdes asimétricas salpicadas, elegante del pie a la tapa, con forma de cuerpo femenino. Y recordó de pronto aquel papel basto de color canelo  que asomaba por los bordes de la boca del envase de manera irregular, como si de una cenefa simple y plisada se tratara. Nunca supo a santo de qué, su abuela recubría  el recipiente de la sal, interiormente, de ese papel de estraza, tosco al tacto, antes de colocar la sal gorda en él.
Hoy, preparando el almuerzo, sus manos repitieron el mismo acto que hacía la abuela, perpetuando la vieja costumbre, pese a que nunca tuvo  consciencia de la función a desempeñar por aquel papel feo y que  parecía sucio a sus ojos infantiles. Hoy recapacitaba pensando que aquel papel parecía basto, si, pero tenía la gran capacidad de absorber la humedad. Papel multiuso de posguerra, que servía tanto como soporte a patrones de corte y confección como para algún trabajo manual solicitado en la escuela. Pensaba todo esto mientras observaba de reojo sus propias manos, tan similares a las de su abuela no sólo en forma y color sino en las delicadas manchitas parecidas a las pecas a consecuencia del sol, y quizá también en gesto y calidez,
No hace mucho hubo la costumbre de poner granitos de arroz  dentro de los pequeños saleros que se utilizan para la sal fina. Sale la sal que está  triturada y sin embargo van quedando los granitos de arroz dentro del salero y cuya misión es la de mantener la sal fina seca y más suelta dentro del recipiente. No se apelmaza. A ella nunca le dio resultado alguno, cosa que si experimentó simplemente colocando el salero  a los rayos del sol.
La última vez que llegó a la casa familiar se encontró con ese problema; la sal estaba a punto de derretirse y pasar al estado líquido. Se vio, pues, en la necesidad de poner alguna solución ese día ya que el sol no apreció por ninguna parte. Y sin quererlo ni buscarlo,  repentinamente reflejó, como si de una película se tratara,  la misma costumbre que su abuela; esto es, protegiendo aquellos granos gruesos, medio transparentes y  algo más blancuzcos, de la humedad que respiraba la casa familiar en aquel momento. ¡Bendito papel de estraza!
Su mirada volvió atrás sin pretenderlo en aquel acto reflejo. El trozo de papel marrón que sobresalía a modo de faldilla rizada del salero incluso colocada la tapa encima, hizo  de inmediato entender aquella duda que, sin más complicación, le había acompañado siempre desde niña. Tampoco le dio por preguntar el porqué de ese extraño invento. En aquella casa de labranza  siempre hubo solución casera para casi todo con recursos inventados de manera artesanal para poner remedio que a cualquier imprevisto al momento. Y el papel estraza era un buen instrumento multiusos. Y echó de menos, una vez más, el sentido práctico e imaginativo de quienes la precedieron, dejando un legado imperecedero.



                                                                      Foto Tanci