miércoles, 11 de diciembre de 2013

Verborrea



Diseño: Juan Luis López
 
 
 

La situación estaba siendo insostenible hasta límites insospechados. El Sr. Bienvenido, fiel a sus principios, decidió congregar a varios colegas afines, con la intención de zanjar, de una vez por todas, los hechos que habían venido repitiéndose.

Llamó a Sr. Welcome, de la alianza cercana a su domicilio. Convocó al Sr. Bienvenue, que vivía a un tiro de piedra de su morada. No podía faltar el Sr. Benvenuto,  próximo en ideas y afinidades. Alejado de su territorio,  el Sr. Willkommer se caracterizaba por su apertura de carácter. Tenía todo el apoyo de la Sra. Ben-vinda ya que, cercanos, en el pasado, habían ido de la mano.

La Sra. Benvinguts, el Sr. Ongi etorri y la Sra. Benvido se personarían a la primera, dado el interés por llevar a cabo los objetivos propuestos desde el inicio por el Sr. Bienvenido.

Una vez presentados y estudiados todos los puntos, decidieron que era mucho más fácil comenzar las estrategias para salir de la mala situación a la que se había llegado en el actual entorno.

Cada uno de los participantes comenzaría por su ejecución mediante el único punto de partida y que, a su vez, era el más efectivo. Reconstruirlo todo de nuevo.

 




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sábado, 30 de noviembre de 2013

De la uva al mosto




                                                                                               Foto Tanci


Los racimos de uva dorada se iban apilando hasta llenar la tanqueta, llegando a tocar la viga de pino dura y seca como la tea y que atravesaba de lado a lado el lagar. Mientras, los hombres, descalzos dentro de la tanqueta, iban aplastando las uvas con sus pies, apoyando sus rudas manos sobre la vieja viga alargada y gruesa. Avanzaban su labor al ritmo de una especie de danza al compás de uno-dos, uno-dos, hasta terminar de pisar todos los racimos allí dispuestos.

Los ojos de aquel niño se acostumbraron a ver como algo normal descalzarse para lograr sacar el líquido a toda aquella montaña de racimos de uvas y que poco a poco se irían prensando. Cuando se daba la voz de “vamos a abrir la boca de la tanqueta” que estaba taponada con bagazos, la expectación era a la vez solemne y alegre. El chorro de color ámbar, salía despedido con fuerza  hasta ir llenando la tina situada en el escalón inferior del lagar y se hacía necesario equilibrar la apertura despacito para calcular la caída del líquido en la tina. Para los adultos que hacían la faena, era un auténtico festejo ver salir el chorro del venerado líquido, a la vez que comunicaban esa alegría a los más pequeños de la casa que, entretenidos en sus juegos, merodeaban por el lugar.

Al tiempo, se elaboraban de forma artesanal pequeños recipientes a modo de toscos vasos, cortados de cañas pertenecientes al cañaveral que estaba cercano al lagar. No había regalo más natural y exquisito que probar, mediante uno de estos recipientes,  el jugo de las uvas recién exprimidas.

La vendimia duraba todo el día y se empleaba parte de la noche en levantar la pesada piedra maciza de  forma casi esférica y  que, a su vez hacía de contrapeso para dejar caer todo el soporte de la viga sobre la tartaleta hecha con los engazos y orujos, apretados con varios maderos y una gruesa soga. Así, el hilillo que salía desde la tanqueta hasta la tina atravesando la canal,  era cada vez más fino y más transparente. Era un auténtico néctar de uvas, más dulce y embriagador que el propio mosto salido del inicio de la pisada ¡Placer de los Dioses!

A este tiempo ya se había ideado el segundo invento artesanal, quedando de esta manera grabado para siempre en la retina del pequeño y dentro de su corazón. Así pues, una larga caña partida por la mitad hacía las veces de tubería al descubierto que, colocada desde la canal de la que brotaba el fino hilillo de mosto, llegaba hasta los labios del pequeño que, a modo de juego y ayudado por su mentor, instaba a probarlo. El placer era triple, por un lado paladear un  sabor distinto a lo acostumbrado, por otro, la nueva experiencia de hacerlo a través de un utensilio artesanal recién construido haciendo uso de los recursos de la naturaleza y, por último, el saber que conmigo se haría una excepción al permitirme patear descalzo sobre los racimos de uvas, tal y  como lo hacían los hombres. Así, decían, se me fortalecerían las piernas.

Hoy todavía permanece el delicado, dulce y fino sabor de los últimos elixires de aquel mosto que probé en repetidas ocasiones en la vendimia de mi infancia.


 


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domingo, 17 de noviembre de 2013

Evanescencia




                                                                                                                             Foto Tanci










Con su atractivo,
la luna de la verja
se transfigura.



 
 
 
 
 

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miércoles, 13 de noviembre de 2013

Mirada




                                                     Foto Tanci
 
 
 
 
 
 
Enladrillado.
Cruzando el firmamento
un mar de nubes.





                                                                                         Foto Tanci
 
 




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viernes, 1 de noviembre de 2013

Como alma que lleva el diablo



                                                                                                                 Diseño Sara Lew



Postrado sobre el suelo húmedo y con la mitad de su cuerpo paralizado, oía asustado el sonido metálico de unas firmes pisadas acercándose. Se revolvió todo lo que pudo sobre aquellas losetas hidráulicas diseñadas con motivos geométricos y florales. Sus brillantes ojos negros  parecían saltarse de sus órbitas, al tiempo que esperaba la llegada inminente de aquellos pasos desconocidos. Mientras, su corazón menudo aparentaba salirse por cualquier resquicio de su cuerpo, a poco que hiciera el más mínimo esfuerzo de querer salirse con la suya.

Y la suya  no era ni más ni menos que permanecer atrapado en una pinza plástica, en cuyo interior estaba estratégicamente colocado el oloroso cebo. A la primera de cambio, y con solo rozarla levemente, quedó capturado para siempre como si de una gran mandíbula acerada se tratara. La agonía mortal le vendría lentamente por inanición y por su lucha desesperada.

La portadora de los tacones de aguja de considerable altura, nada más llegar a la puerta y vislumbrar el diminuto cuerpo retorciéndose, tendido e inmovilizado; saltando y gritando de miedo, huyó despavorida como alma que lleva el diablo, dejando uno de los tacones al lado del  hocico empurrado del pequeño roedor peludo y desmadejado.




 



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martes, 8 de octubre de 2013

Escultura de Carlos Marrero Hernández





                                                                                                                           Foto Tanci


                                             Elsa y Nubia




El artista Carlos Marrero Hernández acaba recientemente de exponer en Tacoronte (Tenerife),  su obra dedicada a la mujer y su universo.  Carlos Marrero es un artista versátil, creador de obras ingeniosas, muchas veces prácticas y otras, la mayoría, obras de auténtica recreación para los sentidos. Su página web está en elaboración, por lo que desde que la finalice podrán contemplar parte de sus trabajos y creaciones.
Dejo la charla que con motivo de su presentación escribí y comuniqué para los presentes en la exposición.
 
 
 


                                ELSA Y NUBIA
    (La mujer es la madre de la Humanidad)


Me comentaba Carlos, no hace mucho y en una de nuestras conversaciones, que su mundo personal siempre estuvo rodeado, en mayor medida, por el universo femenino. Raro es que siendo hombre admita esta premisa ya que, sin ánimo de debate, el mundo masculino parece haber estado centrado sobre sí mismo y ensimismado casi a perpetuidad… En sus palabras y a través de sus recuerdos de  infancia, Carlos siempre estuvo rodeado por mujeres. Mujeres que, desde su perspectiva infantil, vio como un universo pleno, práctico, afectivo, cordial, armónico lleno de sensibilidad, bastante creatividad y trabajo…mucho trabajo. De ese mundo infantil en el que Carlos se desarrolló, paralelo al de su madre, sus tías, sus hermanas … bebió y se embebió para desarrollar su obra y presentarnos lo que hoy es el centro del Universo y a su vez de su universo personal: la mujer como madre de toda la Humanidad. No sólo la mujer con los tópicos y estereotipos enumerados hace unos segundos en esta presentación, sino la mujer que es algo más que sensibilidad y afectividad. La mujer que con su carga extra de ternura va más allá. Y este propósito Carlos lo logra y lo consigue.
Elsa y Nubia es el título de esta maravillosa y atractiva escultura realizada en madera noble que el autor presenta esta tarde-noche. El creador, Carlos Marrero Hernández, ha elegido a una madre, Nubia, que lleva en su interior la continuidad del germen de la Humanidad, Elsa. Elsa ya ha visto por sí misma el sol y va paladeando sus primeros sabores, olfateando sus primeros olores, escuchando otros sonidos y experimentando a través de su tacto, ese maravilloso sentido, el arte de cambiar cualquier materia. Igual que lo hace Carlos con sus manos, igual que lo ha hecho a lo largo de su trayectoria. En sus propias palabras, refiriéndose al metal: “El que hace lo duro, hace lo blando”. Pero Carlos optó esta vez por la madera para presentarnos esta espléndida obra que él saco de sus propias manos.
Elsa y Nubia es la representación arquetípica de todas la demás mujeres y niñas que pueblan nuestro planeta Tierra. En palabras de su autor creador y a través de este binomio madre-maternidad: “La mujer es la madre de la Humanidad”. Nubia ofreció pacientemente más de 10 horas  de posado como modelo  en su estado de gestación. Y Carlos, gran inventor y creador de ideas exclusivas, apoyado en sus aparatos de medición, calibrado etc. y en los que incluye uno de creación propia llamado el “tórculo móvil giratorio”, y más de un sinfín de plantillas, gestó esta obra que nos ocupa, llevando a término una idea primigenia que ha venido rondando por su cabeza años ha. Carlos quería hacer su proyecto. Porque Carlos es de los hombres que creen y, por eso, crean; él por convicción propia, cree en un proyecto futuro de la mujer en el mundo y cree que ha de ser más armónico y más fiel, si cabe, hacia los innumerables atributos de los que ha sido dotada por la naturaleza. Y yo que tengo el honor, siendo mujer, de presentarles su obra, no puedo estar más de acuerdo con él, no sólo como fémina, sino más todavía como ser universal que aporta y sigue aportando un equilibrio entre las fuerzas del Ying y  Yang. Por eso Carlos pretende, mediante esta obra,  dejar constancia y a la vez estimular a los colectivos de mujeres en los que ella y sólo ella es la protagonista y deberá de seguir siéndolo. Y no es que pretenda anular al hombre, que forma parte de su entorno y de su propia naturaleza, ni a su colectivo. Más bien la idea va centrada al verdadero y único lugar de la mujer en la existencia. El sitio que sin lugar a dudas es el que le corresponde; un lugar propio e integrador.
Dice nuestro amigo Carlos que, como ser independiente que es, la mujer tiene el deber de  reclamar un nuevo proyecto a la vez que debe llevarlo a la práctica, respetándose a sí misma… a pesar de su duda. Esta duda es la que se refleja en el rostro de la escultura de Nubia. Lejos de reflejar un rostro dulce y almibarado, ha querido el autor poner de manifiesto, mediante el gesto logrado en el rostro de la escultura, la duda existencial ante su propio devenir personal como mujer  y ante el desarrollo de lo que va a venir. En este caso el desarrollo y progreso de  Elsa. Por eso Nubia tiene el rostro de la autenticidad, reflejando un cierto aire de contundencia sin dejar de ser ella misma en su momento. Es el reflejo de “soy yo sin tener que pedir permiso a nadie” incluyendo a la criatura que lleva en sus entrañas.
Por otro lado ha querido el autor reflejar a una “reina con sus atributos”. La vara en la que está apoyada refleja su autoridad, autoridad que ya posee en sí misma desde que el mundo es mundo. Porque la mujer no sólo es maternidad, armonía y bienestar. Es poner en su sitio lo que le corresponde. Poner en su lugar lo que le pertenece como mujer y como expansión de la vida. En este caso, y de manera feliz, el autor ha conseguido no sólo crear  formas y colores, sino que ha logrado crear ideas e ideales, recrear su concepto filosófico de la vida, en su peculiar universo en el que se acerca y conecta íntimamente con el sutil mundo femenino. Un mundo que le atrae y que explora desde perspectivas distintas y dispares.
                                                                                           Foto cedida por Armando Pascual
 
Cree Carlos que no se trata de que un colectivo, el de la mujer, anule al otro colectivo. Y viceversa. Esfuerzo, trabajo, ideas, estímulos y colaboración en común unión con el otro género, el masculino son algunos de tantos objetivos planeados y propuestos por las mujeres en general y compartidos e impulsados por la generosidad del otro sexo, que de forma inteligente ha entendido que su completitud no es posible sin la contribución de la mujer. No en vano cada género posee un cierto porcentaje de  hormonas contrarias a las de su propio sexo. Por lo que la yuxtaposición de similitudes y cercanías es el punto de encuentro que muchas veces falla.
El pensamiento de Carlos, en esta obra, va enfocado a ese mundo inteligente e intuitivo que existe, todavía, escondido en la mujer y que está por descubrir. Y por compartir. No ha querido reflejar los atributos que se le suelen atribuir tradicionalmente a la mujer. De ahí ese gesto de señalar con el dedo, pero sin imponerse a la fuerza, característico de mujeres valerosas, seguras de sí mismas que han ido abriendo caminos y senderos a lo largo de la Historia. Mujeres que han creído en ellas mismas y por ende se han realizado como mujeres y como personas.
Por otro lado, Nubia carga, en su postura, hacia el lado derecho, intentando sostener su propio equilibrio compaginándolo con el ser que lleva en sus entrañas. El equilibrio, tan propio de la mujer y tan necesario para alumbrar otro proyecto de savia nueva y que lanzará a la vida perpetuando su especie. En efecto, el destino de la mujer es el de una brega sin término ni mesura. Pero buscando el mejor equilibrio para una humanidad mejor conformada, más justa y mejor compartida.
En este contexto de la obra de Carlos no puedo dejar de hablar de las otras mujeres que, sin haber dado cauce a la maternidad tienen otros proyectos en su haber. Proyectos de vida y construcción completos que forman parte también del colectivo femenino. Mujeres que no necesitan del aporte material de los hombres, aporte que es el que la mujer hubiera buscado en tiempos pretéritos. Tiempos de nuestras abuelas o incluso de nuestras madres según la edad… En efecto, la maternidad de Nubia también es simbólica. El simbolismo de la maternidad como proyecto implica que para que una mujer sea fecunda no precisa parir, y más allá, no precisa de la permanencia al lado de un hombre que le dé seguridad. La fecundidad de la mujer está en el hecho de ser mujer. Porque la mujer es creadora, tanto en la faceta tradicional en la que amplia e históricamente ha sido encuadrada, como en los ejemplos de fecundidad intelectual, íntimamente conectados con su entidad femenina. Por eso es tan importante dejar claro que, en la lucha por su autoafirmación,  el papel de la mujer es el de la lucha por nosotras mismas y no contra los hombres. Porque lo importante es la vida que cada mujer diseña para sí misma, la suya propia, y no la del otro, la autenticidad y la honestidad consigo misma como mujer. Eso lleva implícito la carga de  valentía precisa para que con tenacidad, audacia  y constancia y, con la práctica del binomio ensayo-error, error-ensayo, cada mujer consiga ser un poquito más feliz, a sabiendas de que la total felicidad no existe, y sabedora de sus propios principios y de sus verdades y proyectos.
El proyecto vital de muchas mujeres comprometidas en la época actual es el del compromiso consigo mismas y el de su compromiso con la sociedad como expresión inequívoca de su libertad de elección. Es lo que Carmen Alborch dice cuando enuncia la frase siguiente: “Las mujeres solas no nos conformamos. Vivimos acompañadas mientras nos sintamos queridas, mientras se mantiene el deseo, mientras perduran la complicidad y el respeto. Pero cuando no existe sincronización con nuestra pareja, preferimos estar solas que resignarnos al desamor. En cualquier caso no somos militantes de la soledad”. No olvida Alborch que “las mujeres formamos parte de una cultura y de una historia particular, y nos habla de los profundos cambios que ha sufrido el universo femenino que, educado para ser, sobre todo, esposas y madres, ha luchado denodadamente por salir del anonimato doméstico hacia las esferas públicas, de la buena salud del feminismo y sus protagonistas, del sueño de la equidad, del valor inigualable de la amistad entre mujeres, del dilema de la maternidad, de las relaciones contingentes como alternativa al matrimonio… y de la sexualidad de las mujeres solas…”
No obstante, no olvidemos, aunque sea en un breve apunte testimonial, que hablamos de un universo femenino parcial, occidental, del que una parte de la humanidad femenina queda lejos. Esa otra parte, no obstante, es doblemente  destinataria del simbolismo de la obra de Carlos.  Por un lado, porque es de esa esfera de lo oriental de dónde saca Carlos los elementos que enfatizan, que reivindican, el empoderamiento de Nubia, convirtiendo a su figura en el crisol donde todas las culturas tienen cabida, culturas de las que Nubia es la gran sintetizadora, el producto del gran y feliz mestizaje humano. Y, además, porque Carlos, en su papel de hombre creador, reivindica con su obra de “Nubia y Elsa” no sólo a la mujer con su maternidad elegida libremente, sino que da un paso más, y añadiendo ese gesto de contundencia en el rostro de Nubia, reclama el puesto de las mujeres emancipadas y que han optado por llevar un tipo de vida distinto al tradicional y a las que, pese a su dura elección, todavía se les mira con recelo social, también en occidente.
 La mujer ha alcanzado metas tradicionalmente propias del sexo opuesto. No obstante, y como gran asignatura pendiente, sospecho, y  esto podría levantar ampollas en el público masculino, que los hombres no han podido desarrollar y mostrar, aún, esa sensibilidad para lo que precisarían  ponerse en el lugar de las mujeres,  entendiendo la gran variedad de emociones femeninas que poseemos, desarrollamos y exteriorizamos, sin caer en viejos y caducos estereotipos. Porque para eso hay que atreverse a nuevos postulados, nuevas propuestas  y no desechar experiencias ajenas, tradicional e históricamente distantes y distintas.
Carlos me decía que es tarea nuestra, tarea de la mujer, seguir luchando por nuestro puesto en la sociedad y reivindicar nuestra emancipación, intentando cambiar la mentalidad obsoleta, la sociedad y sus argucias y el modo de vida que no ha dado  el resultado esperado… Y me hacía un apunte concreto: no caer en la imitación de los hombres, de muchos que nos representan, y que se nos imponen como modelos a seguir y que, ante nuestros ojos, han pretendido presentarse como los auténticos valores de la sociedad. No caer en la tentación de intentar emular ese mundo de acción que ya hemos visto que no ha dado resultado.
Cierro mi extensa charla a la presentación de la obra escultórica de Carlos Marrero Hernández, con una cita de  Raquel Osborne, profesora titular de Sociología en la UNED, reivindicando “un feminismo que se pretende renovador y que intenta contribuir al alumbramiento de una nueva concepción del varón, de la mujer y de la relación entre ambos”. Y yo digo que tal vez se va necesitando una segunda oleada de feminismo, no desde el punto de vista del denostado feminismo que conocemos, sino desde  el liderazgo de mujeres con poderío y que quieran liderar un cambio; mujeres con arrojo y valentía que se impliquen en movimientos sociales por muy pequeños que sean éstos. Porque no hay nada mejor que sentirse segura y libre para poder saborear y ejercer el sentido estético, emocional y lúdico de la vida. Y Nubia, la Nubia de Carlos, es la síntesis de ello. 
 En Tacoronte a 27 de septiembre de 2013
 
                                                                                                                                 Foto Tanci


                                       El escultor Carlos Marrero, su familia , la modelo  y amigos.
 
   
 
 
 
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jueves, 26 de septiembre de 2013

Mala compañía



                                                                                                                                Foto Tanci


No vuelvo a mirarle a la cara, me dije. Por dos veces había intentado quedarse en mi compañía, suplicándome que la acogiera, pero no me había dado resultado,  no era feliz a su lado.

Andaba yo buscando mi libertad, mi autoestima y mi serenidad y, estar con ella, hubiera supuesto no desembarazarme de sus cadenas.

Quería seguir siendo agradecido a la vida, seguir teniendo buena onda.

Cuando no usaba mi raciocinio, ella era mi peor enemiga, no permitiéndome ser yo mismo. Quería dejar de  juzgarme, no reprocharme, ni ponerle asunto a  hechos y actitudes del pasado sin angustiarme por el futuro. Ella podía  controlar a su antojo parte de mis pensamientos. Por eso mismo me costaba, sobre todo, manejar mis acciones y mantenerlas a raya. Sobre todo cuando me servía como plato diario, entrar en barrena, como si ese alimento fuera a nutrirme, llenando mi existencia…

Marcarme buenos hábitos y metas realizables fue mi estrategia. Dejar de reprocharme actitudes del pasado y tener como certeza una sola cosa: el presente.

Con esta estupenda dosis de serotonina, la que quería permanecer a  mi lado de compañera, fue desapareciendo.

Aunque la oiga, internamente y de vez en cuando, tocar a mi puerta…
 
 
                                                                             Foto Tanci





 

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jueves, 29 de agosto de 2013

Por la vereda de los dragos.


La única aspiración que tenía Angelina, de momento, era la de lograr una cocina con “el poyo en alto”.
 
                            Foto:http://www.aprenderaprogramar.com/                Dragonal en Garafía. La Palma, Islas Canarias

En aquella casa humilde todavía no llegaba el sustento a tanto como para permitirse dejar de cocinar en el suelo y sobre las tres piedras tiznadas que hacían de fogón. Siempre prendiendo la lumbre a base de leña o carbón. Tiznadas las tres piedras, tiznados los calderos, tiznadas las paredes de piedra y barro. Algún año, la familia de Angelina tuvo que echar mano de los ciscallos, carozos o piñas de los pinos para afrontar la carencia de combustible y para hacer más llevaderos los crudos inviernos de fuertes vientos que acompañaban aquella zona abrupta.

Angelina era una mujer dispuesta, como lo fueron sus antecesores o ascendientes. Pero está bien decir que, para la época, Angelina era “bien dispuesta”. Tener el poyo en alto en una cocina suponía un poyo hecho de mampostería, donde la cal provendría de hornos costeros y la arena sería acarreada desde el Barranco de la Arena, a lomos de mula o yegua.

Ese poyo en alto aguantaría el bernegal o talla para el agua, el lebrillo  y encima, colgado en la pared, el locero de madera con los platos. En el suelo, y apoyado en una esquina de la cocina, no podía faltar el tostador de barro con el remejedor[1].

A eso y sólo a eso aspiraba Angelina  en su juventud, de momento. Dulces sueños de juventud aferrados a la realidad que vivía, porque para sus adentros soñaba con alguna que otra realidad más…


Por toda esta circunstancia, llegó Angelina a un acuerdo con su padre, por el que se comprometía todos los días a bajar la leche de las cabras desde su casa, en la parte alta del pueblo, hasta la costa, donde se encontraba el casco histórico. Allí la vendía; en sus calles era donde, religiosamente, la esperaban sus compradoras. Para llegar a su destino debía atravesar senderos llenos de almendros, tabaibales, chamizos y cerrajones que, junto con alguna haya y algunos brezos salteados, conformaban una vegetación profusa y exuberante a lo largo del camino real. Angelina vendía la leche y, a cambio, su padre le ofrecía unos centavos que ella ahorraba, colocándolos en una pequeña caja tallada en madera de tea que le habían regalado en su infancia.
 

No era mal negocio para ella, mujer dispuesta, o emprendedora, como se diría ahora. Así que, con la cesta cuadrada de caña y mimbre colocada sobre el rodillo de tela que descansaba sobre su cabeza, añadía almendras, legumbres y  frutas que vendía al mismo tiempo que la leche.

De vuelta para casa, Angelina venía más descargada aunque lograba hacer acopio de  café, fideos y azúcar. De todo lo demás solían estar provistos en la casa. Porque aquella casa era una casa de autoabastecimiento, de cosechas de trigo, millo, judías pintas y chícharos castellanos y, de vez en cuando, lentejas. Nunca faltaba el gofio en la lata y cada verano, a su tiempo,  la matanza del cochino que era la provisión de carne para todo el año. La gallina se mataba por tiempos específicos de fiesta del pueblo, y algún pollo caía en el caldero si alguien enfermaba.

Por todo esto, Angelina añoraba no sólo su poyo en alto, tal y como había visto en aquellas casas pudientes, sino que también deseaba ir al “borde”. Sí, un poco más allá de su casa, y en la de Emérita, se reunían por las tardes unas cuantas mujeres para el borde. Y Angelina decidió ir unas horas para hacer su propia mantelería bordada a punto de Richelieu, con motivos florales signados con papel de calco azul, con dobladillos de festón y con madejas de colores que compraba en casa de Don Casiano. Así que también aprendió a bordar.

Aparte debía acarrear el agua mediante el bernegal, desde la fuente situada en el interior del frondoso bosque, en medio de fayas, laureles, viñátigos y brezos. 
                                                                           
Aquel ritual, el de ir a buscar el agua, era un encuentro social con otras mujeres que, al igual que ella, llenaban sus cántaros del transparente líquido para abastecer sus casas, para lavar la ropa, regar las plantas o llenar la talla para el consumo diario. También algún que otro muchacho barbilampiño en edad de merecer aparecía por los alrededores llevando su yunta a abrevar.

Angelina caminaba diestra en tiempo invernal,  con el sobretodo negro de forma cuadrada cubriéndole la cabeza y los hombros y anudado a la espalda. Su traje de color marrón daba crédito  de llevar puesto el hábito de San Antonio que, con un cordón blanco alrededor de la cintura y el delantal de color beige aliviaba el oscuro de la vestimenta. Su madre le impuso el hábito desde que saliera de una grave enfermedad que tuvo de pequeña.

Pero Angelina, que recorría las enriscadas veredas, estaba acostumbrada desde pequeña a corretear por pedregales y caminos de cabras, y rara vez derramaba el agua ni la leche que con gran arte portaba a diario sobre su cabeza. Sabía, a ciencia cierta, que a la mitad de su ruta, y a la sombra del gran bosque de dragos, haría la parada obligatoria para después del descanso proseguir su camino. Aquella era, al igual que ocurría con la fuente, una parada social, una oportunidad para entablar una pequeña conversa con las otras vecinas del pago que, a distancia considerable de sus casas, aprovechaban para contarse y comentar los últimos sucesos y acontecimientos del lugar.
 

Al reanudar el paso y a lo lejos, una bandada de grajas amenizaba con sus graznidos la caminata. En medio del camino algún madroño salvaje ofrecía sus dorados frutos que, con sumo cuidado de no entullarse, endulzaba su boca haciendo el trayecto algo menos rutinario. Mientras, alguna paloma rabiche volaba rauda sobre su cabeza, anunciándole la caída de la tarde.

Durante la cena, en medio de la mesa, alumbraba la capuchina. Con su lumbre azulada, sería el centro de la velada nocturna. Allí, encima de la mesa familiar, una gran torre de piñas de millo esperaba a ser desgranada en noches claras y limpias, cuajadas de estrellas. Noches de armonía, de cuentos, de ensoñación y también de alguna carencia.  



                                                                                             
                                                              Bocetos, diseño y pintura: Tanci                                                                   

               
 

 [1] Palo con envoltorio de trapo atado en un extremo  para mover el grano en el tostador.

 








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Mi agradecimiento a  http://www.aprenderaprogramar.com/index.php?option=com_content&view=category&layout=blog&id=76&Itemid=204 por la publicación de este relato en su web.