sábado, 29 de septiembre de 2012

Alineada

                                                                                                                 Foto Tanci




-“No emplees toda la mano, Lucía. Apenas pálpala con tus tres dedos. No tires de ella bruscamente. Vas dándole la vuelta lentamente y poquito a poco con el dedo gordo, el índice y el del medio hasta que el pezón vaya cediendo. Entonces se desgajará de la rama como fruta madura” -

Lucía había aprendido, desde su niñez, a coger las ciruelas del árbol delicadamente, casi acariciándolas. –“Sin despezonar”- cómo decía su abuela  -“No hay que arrancarles el rabillo, ni tampoco debes quitarles  el polvillo fino que las cubre. Una fruta manoseada y despezonada no es fruta fácil de vender al intermediario y tampoco es muy agradable para ponerla en el frutero a la mesa”-

Ahora, frente al viejo y retorcido ciruelo negro, enmarañado de zarzales silvestres y que se alongaba a la vera del barranco, Lucía vuelve a sentir la necesidad de volver a recoger la fruta, experimentando la misma pulsión que, desde siempre, le había llegado a modo de ráfagas momentáneas como si de un mensaje exotérico se tratara. Por más que quisiera negarlo en su interior, Lucía seguía alineada con la naturaleza.




                                                                                                              Foto Tanci



También puedes leerlo en http://estanochetecuento.blogspot.com.es/2012/09/sep145-alineada-de-mercedes-c-velazquez.html

 

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domingo, 9 de septiembre de 2012

Amor, sólo amor

                                                                                                                                 Foto Tanci




                                     

Caminando calle arriba le emocionó observar aquella estampa.

Cogidos de la mano, calle abajo, caminaban lento, casi al unísono, como saboreando cada uno de los pasos que, con pie firme, avanzaban sobre el viejo empedrado de la calle antigua.

Ella, de andar lento, parsimonioso, diríase algo torpe o cansino, resultaba a primera vista ser de una segunda mediana edad. Conservada y alta, atractiva de cara, bien peinada y de cabello rubio; rubio generalizado entre muchas mujeres y elegido a partir de una edad determinada para contrarrestar el paso de los años. Iba vestida con falda y blusa veraniega de colores combinados y vistosos, pero más cercana a un cierto conservadurismo que a una renovada o bohemia moda juvenil.

Él,  espigado y larguirucho también, joven, mucho más joven que su acompañante pero dejando entrever ciertas clareas en su cabello, no llegando todavía a una calvicie definitiva y prematura. Portaba, el varón acompañante, en la mano izquierda una pequeña bolsa de papel satinado  de color azul con el membrete en letras blancas de unos conocidos y afamados almacenes de la vieja ciudad. Por el tamaño de la bolsa, tal vez, habría adquirido un perfume, una fragancia o colonia. Detalle que iría destinado a servir de obsequio en un cumpleaños o ante una cita. Sujetando grácilmente entre sus dedos las asas de la bolsa, hacía que ésta se balanceara, armoniosa y rítmicamente, al mismo compás que su andar. Mientras, la mano derecha del joven entrelazaba de manera delicada los dedos de la mano izquierda de la fémina madura que iba a su lado. Satisfecha ella. Satisfecho él. Mirada al frente, paseaban bondades, afectos, ternuras y recuerdos dejadas al descubierto en su lenta y larga caminata de atardecer. A sus espaldas el ruido de candados, pestilleras y puertas de los comercios que se trancaban, anunciaban el eco de la hora de cerrar.

Volteó la cabeza como queriendo adivinar la razón de tan emotiva y estrecha querencia. Paseo lento. Mirada serena. Manos entrelazadas. Y entre ambos un halo de energía, emotividades y vibración dejaba al descubierto sus afinidades.

Siguió su camino, no sin antes virar de nuevo su cabeza para verlos alejarse a través de la larga y ancha calle empedrada. Tuvo que volverse para mirar aquella inusual, estrecha y bella relación. Saboreaban la calidez y presencia de cada uno. O ambos al unísono. Tal vez una madre amantísima se dejaba llevar de la mano del hijo que regresa, que vuelve, haciendo patente y efectivo el amor y el cariño vedados durante mucho tiempo. Necesaria separación de espacio y tiempo por trabajo, profesión y obligación.

Parada en mitad de la calle, volvió a observarlos por última vez. Mientras se perdían tras doblar la esquina de la calle adoquinada, de casas vetustas, de comercios antiguos… sus ojos se nublaron ante recuerdos, ausencias y ternuras. Y ella, por un minuto, se vio reflejada.


 


Danza Triste by Granados on Grooveshark

     
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