-“No emplees toda la mano, Lucía. Apenas pálpala con tus tres dedos. No tires de ella bruscamente. Vas dándole la vuelta lentamente y poquito a poco con el dedo gordo, el índice y el del medio hasta que el pezón vaya cediendo. Entonces se desgajará de la rama como fruta madura” -
Lucía había aprendido, desde su niñez, a coger las ciruelas del árbol delicadamente, casi acariciándolas. –“Sin despezonar”- cómo decía su abuela -“No hay que arrancarles el rabillo, ni tampoco debes quitarles el polvillo fino que las cubre. Una fruta manoseada y despezonada no es fruta fácil de vender al intermediario y tampoco es muy agradable para ponerla en el frutero a la mesa”-
Ahora, frente al viejo y retorcido ciruelo negro, enmarañado de zarzales silvestres y que se alongaba a la vera del barranco, Lucía vuelve a sentir la necesidad de volver a recoger la fruta, experimentando la misma pulsión que, desde siempre, le había llegado a modo de ráfagas momentáneas como si de un mensaje exotérico se tratara. Por más que quisiera negarlo en su interior, Lucía seguía alineada con la naturaleza.
Foto Tanci
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