Foto Tanci
Después de haberle introducido el brebaje hirviendo de hierba luisa, varas de viña, algunas ramas de duraznero blanco y un poco de hinojo recién cortado, procedió a zangolotearla de izquierda a derecha repetidas veces, dándole pequeños y bruscos zarandeos para que el enjuague oloroso penetrara bien y restañara las heridas guardadas durante algún tiempo.
Iniciaba así, con ella, un baile circular, de extremo a extremo hasta acabar exhausto. Terminada la danza, preparó una pequeña mecha de manera artesanal, depositando una cierta cantidad de azufre en un trozo de paño blanco, anudado a un fino y largo alambre. Le pegó fuego e introdujo la mecha encendida en la boca, tapó cuidadosamente el orificio y dejó apenas un extremo del filamento colgando hacia el exterior. Una vez que la llama se hubiera consumido lentamente en sus entrañas, los gases del azufre secarían y purificarían su interior.
Cuando a las dos horas acudiera a verificar el resultado, ya estarían prietas, limpias y aromáticas las duelas cóncavas unidas por anchos flejes metálicos que, formando el envase, recibiría el mosto de la temporada. Según expectativas, estaría entre los mejores caldos de la zona. La barrica de roble se encargaría del resto hasta finalizar el proceso.
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