sábado, 26 de septiembre de 2009

¿Utopía o realidad?



Se confabula el cielo
quedan sueltas las estrellas
aclamo a mi luna lunera
y no está dispuesta.

Pienso en mi estrella
pero está quieta
¿tendrá alguna querella?

Paseo lenta
poseo una quincena
persigo una quimera.

Este dolor me mata
este pesar me ataja
esta pena me ata.

Confío en la promesa
elegante, discreta y certera
de elevarme al cielo
lejos de esta tierra.

Paseo lenta
poseo una quincena
persigo una quimera.

Me brindas luceros
que corretean y juegan
yo ofrezco caricias
de ternuras abiertas
en mis manos envueltas.

Sucumbe al cielo
la bruma viajera
en días oscuros
por los rincones se cuela.

¿Qué queda?

el sol, la luna,
el mar, la tierra
el aire y las estrellas,

Paseo lenta
poseo una quincena
sueño con una quimera
plantada y cultivada
de corazón abierta.









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jueves, 17 de septiembre de 2009

D. Fidel


Cuando escribí mi anterior entradilla en mi blog sobre los patios, no sabía que D. Fidel me estaba haciendo una visita virtual… pero así fue. Escribí sobre los patios en general y sobre mi patio en particular y, sin ser consciente, alguien me lo estaba indicando.
El impulsor de mi patio, con vistas al futuro, fue mi padre. Mi hermano fue el que lo diseñó y me comunicó la mejor idea. Y D. Fidel fue el que llevó a cabo la dirección de las obras en el acondicionamiento de mi patio. Fue él quien, con buen tino y acierto, hizo de mi patio un lugar asequible y vivo, diáfano y perdurable. D. Fidel hizo, de su profesión de contratista de obras, un arte, beneficiando además a un sin número de personas que, como yo, pusieron su confianza en él. Pusimos la confianza en su maestría, en su don de gente, en su honestidad, en su humildad y en su generosidad.
D. Fidel fue de esas personas que trabajó desde siempre y desde muy joven, por lo que, el trabajo; lejos de espantarlo, lo atraía y le daba vida. Amaba su construcción, por eso se llevaba planeamientos de reformas, de casas, de entradas, de azoteas, de soportales, de acondicionamientos de cuevas naturales etc…y de cientos y cientos de construcciones para su domicilio.
Y por las noches le daba mil vueltas en su cabeza sobre el proyecto planeado con la única intención de hacer mejor su trabajo para poderlo explicar y ofrecerlo a su cliente al día siguiente. Lo había hilvanado durante la noche y mejorado con su pensamiento. En una palabra; lo “craneaba”. No paraba D. Fidel. Buscaba soluciones y hacía que sus trabajadores reflexionaran en su obra para llevarla a cabo en óptimas condiciones."No existe la perfección” me decía, “pero todo lo que haya que hacer se hace”.
Era buen empresario y buena gente. En más de una ocasión sacó adelante algún que otro préstamo de algún que otro trabajador en apuros. Lo sé de fuente limpia. Lo sé de corazón. Lo sé y no fue él quien me lo contó. Y en más de una ocasión contrató a otros, a los que nadie más les daba trabajo o no los contrataban. Así de generoso era D. Fidel. Lo sé también y tampoco fue él quien me lo contó.
Hombre de palabra como a la antigua usanza, no le hacía falta un documento cuando se trataba de gente honrada. Y él, más que nadie, las conocía. Sabía en quienes confiar.Hacía que te sintieras cómoda y satisfecha, aún a pesar de las incomodidades que cualquier reforma u obra trae consigo en cualquier vivienda que se desea acondicionar. Daba ánimos a sus clientes y seguridad en que el trabajo quedaría bien hecho. Confiaba en sus trabajadores. Tenía una sonrisa generosa que siempre compartía en cualquier momento y era muy fácil que D. Fidel sacara puntualmente su filosofía de la vida. “Todo se arregla en esta vida”… “lo que hay es que buscarle la vuelta”. Así me decía D. Fidel ante mi preocupación en temas de reformas que se me atragantaban y que yo desconocía.
D. Fidel visitaba diariamente todas las ejecuciones de obras que se estaban llevando a cabo de su mano. Revisaba, corregía, retomaba y estaba en contacto permanente con sus trabajadores y con sus clientes.
Era el tipo de persona en la que tú podías confiar porque en su idea estaba primero que nada favorecer y solucionar tu problema: fueran bajantes defectuosos u caducos, goteras, grifos o una gran obra como la que realizó en mi casa. Él me dejó mi entrada embellecida, agradable y resguardada. Mi patio habitable, luminoso y aprovechado y mi casa llena de buenas obras, en la doble acepción de la palabra; obras bien rematadas y obras de gran generosidad por su parte.
Por todo ello echo de menos a D. Fidel. Sé, además, que son muchos, los que como yo, le echan de menos. Echo de menos su sonrisa y su familiaridad cariñosa. Y echo de menos al trabajador e impulsor de vida y de obras que siempre fue.
Me consta que Oscar, su hijo, ha tomado la alternativa. Me vale con que haya recibido de su padre su buen hacer. Y estoy segura de ello. Esta empresa familiar ha de continuar más que nada porque sé que empezó desde la base, pasito a pasito. Y yo, como otros tantos que lo recordamos, volveremos a solicitar sus servicios cuando lo necesitemos porque era un hombre puntual y honrado. Y eso tan sólo marca la distinción.
Pero yo sé que cuando ese rayito de sol se cuela por mi patio, llega al mismo tiempo y paralelamente D. Fidel. Como antaño, cuando de su mano dirigió las obras de mi patio y de la entrada de mi casa, para que yo ahora los disfrute gozosa y con deleite.
Gracias D. Fidel.









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martes, 8 de septiembre de 2009

¿Cómo está el patio?

No es lo mismo decir ¿Cómo está el patio?, que decir ¡Cómo está el patio!
Si bien en ambas expresiones y en lo único que se diferencian es en los signos de puntuación. Podríamos decir que, con la frase en interrogación, lo que tratamos es de sacar una conclusión o bien un cierto tipo de información. Mientras que, con la de los signos de admiración lo que pretendemos es, casi llevarnos las manos a la cabeza tras percatarnos que una situación se ha mezclado con otra y no tenemos forma de aclararla. Vamos, que hay algo confuso entre manos y una especie de mezcolanza es el denominador común a cada una de las situaciones que no hay forma de esclarecer o llegar a poner en orden.
Pero yo quiero hablar de otros patios.
Ya en las civilizaciones antiguas, los patios en las viviendas constituían un elemento importante en su arquitectura. Tenemos ejemplos como, Egipto, China, India, América Precolombina… etc., siendo, además, los patios característicos de toda la arquitectura mediterránea. También los musulmanes, en La Edad Media, se afanaron ampliando sus patios y dándoles gran importancia a los jardines, fuentes y aljibes. Algunos de esos patios estaban empedrados con cantos rodados, algún tipo de baldosa, pizarra u otro material capaz de allanar la superficie.



Hoy quiero extenderme con la claridad y la diafanidad que mi patio me otorga. Quiero hacer de mi patio una oda o un memorando a sabiendas de que, los patios son portadores de una amplitud anexa de territorio en las viviendas, cumpliendo una misión loable y grata, bella y equilibrada, diáfana y respirable, serena y penetrable…
Mi patio está en el interior de mi vivienda y al que dan las ventanas y alguna puerta de las habitaciones interiores. A pesar de que es un espacio cerrado y con paredes, y que tiene una forma rectangular; es un espacio libre, claro, por el que le entra la luz a borbotones y ejerce de espacio lleno de comunicación y unión con mi interior, mi privacidad y mi introversión. Mi patio es una prolongación de mis pulmones. Es como si mis pulmones se extendieran y traspasaran esa fina línea llenándome de oxígeno y expansión. Estos son aspectos psicológicos que no han de ir separados de los aspectos físicos y arquitectónicos o de decoración que ejerce mi patio en sí mismo.

Siendo que el patio de mi casa es particular, que en cuanto llueve se moja como los demás… se lo agradezco pura y llanamente, porque en este caso mi patio cumple una doble función en cuanto a variables climatológicas. Por un lado, tiene dos partes separadas y bien definidas con techumbre de madera y rematada por teja del tipo árabe en la parte superior, esmeradamente colocada y fijamente soportadas por pilares también de madera aguantados sobre sólidas bases de piedra molinera. Lo que me hace sentir abrigada, protegida y resguardada en tiempo invernal. Y por el otro, tiene una parte intermedia al descubierto, en dónde, en noches de luna clara se puede mirar hacia las alturas de una forma cuasi permanente y sin temor, para apreciar a mi luna lunera; majestuosa, soberana y compañera, observando, casi analizando diría yo, mis movimientos.


Por este espacio libre de techumbres y de “tapumes”, se cuela el sol desde el amanecer hasta el atardecer en que decide dar el salto por el poniente y entonces se cambia a otra alcoba de la casa dándome el toque matutino y amistoso.
Cuando el sol decide penetrar hasta mi patio no lo hace sigilosamente, más al contrario; da de lleno, tocando frontalmente y no de soslayo, en los tejados, paredes, ventanas, cristales y plantas que hay en mi patio.
He de reconocer que es un privilegio poder contar con él. Es una prolongación de la libertad, de la alegría algo retenida, tal vez, en cualquier momento, y de una exaltación a la felicidad perdurable. Me aventuraría a decir que una buena sesión de patio bien aderezada se podría equiparar, acertadamente, a una sesión de psicoterapia; con la diferencia que en la sesión de patio intervienen plantas, macetas, agua, regaderas y una manguera al uso, amén de un banco de madera de pino antiguo, tallado artesanalmente. Me ofrece un lugar de esparcimiento, dándome seguridad y además conserva mi intimidad. Todo esto, aliñado con unas buenas cholas con las que chancletear, es lo que hace que mi patio adquiera la mayoría de las veces, la altura de magnánimo llegando a querer alcanzar el cielo. Y ese trozo de cielo es tan particular, personal y franco como mi patio.
Ahora que lo pienso siempre ha estado a mi lado, nunca me ha defraudado, ha sido el escenario permanente de dichas y encuentros, de pensamientos y reflexiones. Ha estado perenne esperándome hasta altas horas de la noche en las que debo cargar mi destiladera con agua para hacerse efectiva en la talla o bernegal que la ha de recoger, filtrada, pura, clara y fresca.
Cuando decido tomar el café en mi patio sólo tengo que cruzar apenas un par de losetas y traspasar una fina línea que separa mi cocina de mi patio y...! ya estoy en sus manos y caigo rendida a sus brazos!
Mi patio no tiene un limonero como el recuerdo que tenía D. Antonio Machado de su patio. Pero tiene dos canarios emperifollados, un mimo acariciado, tiene una helecha de a metro que está empezando a desplegar sus ramas, un rosal casi recién regalado, una planta de la cera que ha despertado, un helechón a ras de suelo que me ha beneficiado, un espárrago colgado y culantrillo, tomillo y romero … plantas aromáticas y de ornamento que cuido con apego y esmero.
Mi patio no se me va de mi lado. Es fiel y es auténtico. Yo diría casi pulcro y esmerado; generoso y amante de lo vivo y lo eterno.
A mi patio le gusta recibirme cuando, en un gesto simple de manguera en mano, aprecia y sabe que lo voy a regar con un chorro de agua benefactora, transparente y cristalina que sale a modo de borboteo.
¡Me gusta regar el patio!
Me gusta descalzarme en mi patio como si de un ritual se tratara traspasando mil sensaciones a través de las plantas, ésta vez las plantas de mis pies.
A cambio, él me regala su diafanidad, su complicidad, su autenticidad y su serenidad.

…y ahora me voy a regar el patio…








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